“Se llama la zona de Dios. Me refiero a esa zona donde los neurocientíficos sitúan la espiritualidad en el cerebro”. Así me explicaba esta semana Francisco Rubia, el objeto de investigación de lo que será una de sus próximas publicaciones.
Siempre es un placer coincidir con este Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, conocido como escritor y divulgador científico no sólo por su calidad como persona sino por la profundidad e interés de las conversaciones que se tienen con él. En esta ocasión y sin saberlo ambos estábamos profundizando para nuestros siguientes libros en aspectos que hacen que las personas no racionalicemos y que nos mueva una fuerza sobrenatural. Ahora ya sé cómo se llama el lugar del cerebro donde se produce: la zona de dios.
Parece ser que hay dos neurofisiólogos canadienses, Mario Beauregard y Vincent Paquette, que en 2004 decidieron estudiar a las monjas carmelitas cuando tenían experiencias místicas. Querían asomarse al interior de sus cerebros durante una de estas experiencias religiosas. Utilizaron la Resonancia Magnética Funcional tomando fotografías al cerebro de 15 monjas mientras oraban y buscaban un instante de fusión con Dios. La edad del grupo de carmelitas estaba entre los 23 y 64 años y el tiempo de pertenencia a la comunidad iba desde los dos años hasta casi cuatro décadas.
Los resultados mostraron que existía un “patrón místico” en las ondas cerebrales que afectaba a diferentes áreas: corteza órbito frontal, zonas del sistema límbico (que controla emociones) y áreas parietales en los dos hemisferios. “Los resultados sugieren que estas experiencias son complejas y multidimensionales, implican cambios en la percepción (visual), en la cognición (representación del yo) y la emoción (paz, disfrute, amor incondicional)”, concluyeron los expertos. Otros, un poco más osados, concluyeron que el patrón de activación cerebral era similar al de mujeres enamoradas cuando veían imágenes fotográficas de su amado.
Yo tengo la hipótesis de que ciertas marcas podrían conseguir efectos similares (aunque con diferencias). Éstas serán las que conseguirán superar situaciones como la que comentamos en mi post sobre “competir en experiencias”. La siguiente cuestión es saber cómo generarlos.
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