Ayer nos conmocionaba a todos la noticia de la muerte de Steve Jobs. Desde el mismo momento que se conoció la noticia, se instalaron pequeños altares con su foto, así como con velas encendidas, ramos de flores, mensajes en diferentes idiomas, periódicos del día y hasta dispositivos “Mac” con pequeños textos escritos: «Gracias para siempre Steve» o «Se lo debo a Steve».
Jobs ha sido una fuente de generación de fans. Para muchos un gurú, un visionario capaz de motivar a millones de personas a comprar sus productos gracias a su carisma y una filosofía que iba más allá del mero acabado de los dispositivos.
Pero ¿qué es un fan? Más allá de una persona que admira de forma extrema a un artista o a un personaje público, la pregunta más interesante se refiere a los motivos que conducen a una persona a sentir una devoción especial por otra a la que en la inmensa mayoría de las ocasiones ni siquiera conoce. El fenómeno fan se presenta en la literatura asociado factores como la cultura de masas, la adolescencia y la feminidad. Sin embargo, sólo lo primero es del todo cierto. El valor de lo que creó Steve es el ser capaz de llevar este fenómeno que nació en el sector de la música a un entorno del consumo de su marca y sus productos.
Siempre hemos requerido de héroes. Desde los héroes griegos hasta el fin de la Edad Media donde comienza la gran época de los políticos y los revolucionarios, vinieran de donde viniesen. Marshall McLuhan, decía “el medio es el mensaje”. Es decir, que los nuevos artistas se convertían en ídolos no por la calidad de su trabajo o la opinión de un grupo de expertos, sino por motivos mucho más prosaicos: el simple hecho de ser reconocidos por la calle y aparecer en la televisión y las revistas. Por ello, la gente ya no sólo admira un talento sino algo que va más allá. Lo importante, pura y simplemente, es algo que transciende, una forma de ser.
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