“¿Cuántos esfuerzos no hacen las compañías por personalizar la comunicación que tienen con sus clientes utilizando el nombre propio? ¿En cuántas ocasiones no hemos percibido una cara de desagrado por habernos confundido en este sentido? La realidad es que nos gusta que nos llamen por nuestro nombre propio.
¿Y por qué nos puede llegar a molestar tanto que alguien se confunda y en lugar de llamarnos José nos llame Pedro? Está demostrado que cuando mencionan nuestro nombre se activan las zonas asociadas con el afecto positivo del cerebro. Dicen que se trata del “sonido más dulce al oído humano”. Es curioso, pero ya en el pensamiento Judío, el nombre no era una designación arbitraria o un grupo de sonidos. El nombre se empleaba para hablar de la naturaleza, de la esencia, de la historia de aquel que es designado con él.
Si nos vamos a los términos del lenguaje, los nombres propios tienen una referencia singular, mientras que los nombres comunes tienen una referencia colectiva, es decir, designan a un conjunto de entidades (objetos, experiencias, acciones, etc.). Por lo tanto, como conclusión es: el nombre propio se asocia al “yo”. Y esto tiene que ver con el fenómeno de la humanización del que venimos hablando en este blog.
No sé si Coca Cola tuvo en cuenta este efecto a la hora de poner en marcha su campaña ‘Comparte una Coca-Cola con’, basada en la personalización de sus envases a partir de los nombres más habituales de los españoles. La posibilidad, no sólo permitía conseguir una lata personalizada, sino también de poder convertirla en un regalo para un familiar o amigo.
La humanización de los productos y el efecto de la sociedad es sin duda la causa que ha hecho que la repercusión de esta promoción esté siendo indiscutible. ¿No creéis?
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